LA LECCION DIFICIL

26.03.2020

La lección difícil, cuadro de William-Adolphe Bouguereau.

¿Cómo es que aprendemos? Es una pregunta que podemos situarla entre las preguntas para las cuales no tenemos claras respuestas y que pertenece a lo "tremendum y fascinosum"[1], es decir al terreno de lo sagrado. Sin embargo, muchos filósofos y científicos han abordado el tema del aprendizaje ofreciéndonos innumerables interpretaciones y definiciones.

En wikipipedia encontramos la siguiente definición:

"El aprendizaje es el proceso a través del cual se adquieren nuevas habilidades, destrezas, conocimientos, conductas o valores como resultado del estudio, la experiencia, la instrucción y la observación. Este proceso puede ser analizado desde distintas perspectivas, por lo que existen distintos aprendizajes. El aprendizaje humano está relacionado con la educación y el desarrollo personal. Debe estar orientado adecuadamente y es favorecido cuando el individuo está motivado."

Rafael Echeverría en su libro "El Observador y su mundo", nos muestra que el aprendizaje es un juicio hecho por un observador, que puede ser uno mismo, este juicio tiene una cierta temporalidad y se refiere a la capacidad de acción efectiva que muestra un individuo, en un determinado ámbito y que antes no tenía. O sea, también aparece un proceso de aprendizaje en el tiempo como en la definición anterior.

Y en estos procesos de aprendizaje, los seres humanos nos transformamos, ya no somos los de antes después del aprendizaje. A la vez de transformarnos, también transformamos al mundo, el entorno se cimbra, escucha, siente nuestro cambio de prácticas y nuestra mayor capacidad de acción efectiva. Y también funciona esto al revés, cuando emprendemos la tarea de transformar el mundo, nos transformamos a nosotros mismos.

Pareciera que los seres humanos estamos lanzados a aprender durante toda nuestra existencia, sin embargo no lo vemos así en nuestra cotidianeidad. Otra de las preguntas sin respuestas es ¿cómo aprendemos a vivir?, y si ponemos el foco afuera, decimos ¿Quién nos enseña a vivir?

Para hacerse estas preguntas, previamente se ha pasado por la reflexión qué el acto de vivir no está dado, es decir, no se nos enseña a vivir. Como decía Heidegger, en algún momento nos econtramos viviendo, (y no todos los seres humanos tenemos esta reflexión, de darnos cuenta que estamos "viviendo"). Nos encontramos con una existencia que conscientemente no hemos solicitado, nos encontramos con y viviendo en un mundo que no hemos elegido y podemos adaptarnos a este mundo, derivando por donde la marea nos lleve o resolver diseñar y co-crear este mundo.

En esta alternativa, nos surge Nietzsche con su inspiración sobre los seres humanos como promesas lanzadas al futuro, seres inacabados siempre, durante toda su existencia, con sueños infinitos en una vida finita. Y he aquí otra pregunta del mismo tenor de las anteriores ¿cómo es que podemos emerger de la angustia de esta vida en la que de repente nos hemos encontrado?

Nietzsche nos ofrece un camino, el camino del superhombre, aquel comprometido con su superación, aprendizaje y trascendencia. Este ser humano está comprometido con la vida, y con su vida, en hacerla un gran espacio de aprendizaje y transformación. Somos seres con un desafío, el de llegar a ser lo que hoy no somos. De aquí, que Nietzsche se refiere a la gran obra maestra del ser humano, el diseño y construcción de su propia vida. Y esto es nada menos que el proceso de aprendizaje.

Si pudiéramos tomar conciencia que la vida es un ámbito de aprendizaje, que practicamos vivir cada día y por lo tanto estamos aprendiendo todos los días, o sea, nos estamos transformando, nuestras vidas tendrían más intensidad y sentido, y por qué no decirlo, mayor felicidad.

Si tuviéramos esa conciencia en la yema de los dedos, todas nuestras acciones tendrían un sentido, el de la dirección que quisiéramos darle. Sin embargo, esto no nos sucede corrientemente, no es una conducta que nos resulte habitual, lo más común es que vivamos con el piloto automático encendido. Es decir, comer, trabajar, llegar a casa, conversar, ver televisión y nuevamente otro día más. Fin de semana, deporte, siesta, amigos quizá, en el mejor de los casos. Fantástico estamos en lunes de nuevo, otra semana más, otro mes más, otro año más y mira cómo ha crecido tu hijo.

Cuando comenzaba un curso, le preguntaba a mis alumnos ¿Cuándo se dieron cuenta que estaban vivos? Y generalmente algunos respondían cosas como: hace unos años atrás o en la época de adolescencia o alguna vez en la vida se hicieron la pregunta y se dieron cuenta del vivir. Y los llevo a la misma pregunta agregando la temporalidad: ¿Cuándo se dieron cuenta que estaban vivos, hoy día? Y aquí la respuesta es casi unánime, nadie lo ha reflexionado y muchos ni se acuerdan de lo que han hecho durante el día.

El proceso de interrogarnos, a veces, sólo sucede cuando tenemos una crisis o cuando estamos cerca de la muerte, y es que vivimos en la cotidianeidad con el piloto automático encendido y por lo tanto con la vida apagada.

La propuesta entonces es hacerse cargo de las preguntas e invertir en sus posibles respuestas. Despertemos ahora y no veinte años después. Desconectemos el piloto automático y vinculémonos a la vida como el gran territorio de aprendizaje que nos ofrece y entrega.

Nuevamente el ser humano se enfrenta a la posibilidad de extinción de su especie y este desafío exigirá una expansión de nuestras percepciones y modos de pensar, y también requerirá de un cambio de valores y prioridades. O cambiamos o arriesgamos la supervivencia de la especie. Darnos cuenta que ya no tenemos (y nunca la hemos tenido) la supremacía y el dominio del planeta y que somos seres interdependientes de hasta la más mínima bacteria, y virus, que somos parte de una red de conexiones, que somos una hebra (una hilacha) en el tejido cósmico, debiera ser el mayor aliciente para reubicarnos en este entramado, gracias a que tenemos la posibilidad de reflexionar sobre ello, rediseñar y co-crear el propio ser que somos.

La intensidad de los cambios globales, así como la rapidez de los avances tecnológicos, y la interconexión de las personas tanto virtual como presencial, lo que se ha hecho patente en los últimos tiempos, nos dicen que hemos entrado en una etapa sin precedentes y con imprevisibles efectos para el planeta y los seres humanos.

Este nuevo escenario mundial, es una experiencia inédita que requiere de nuevas respuestas en todos los órdenes, social, económico, político, ecológico, cultural y muy en especial el educativo y de nuevos aprendizajes. 

Entonces, tenemos que empezar por nuevas preguntas o redescubrir las preguntas de nuestros ancestros, aquellas que hemos olvidado porque estamos conectados al piloto automático. ¿Para qué es esta vida? ¿Qué sentido tiene?


[1] Rudolf Otto, un clásico estudioso del fenómeno de lo sagrado, describe con estas dos palabras clave la experiencia de lo sagrado: lo tremendum y los fascinosum.